viernes, 27 de marzo de 2009

LECTURA Y LITERATURA

LECTURA Y LITERATURA
Retomando a Lomas y Osorio, quienes hacen una crítica a la enseñanza del área de castellano, a partir de que està se ha enfocado en la parte formal y la parte funcional. Tomando como referentes constantes, los estudios del lenguaje oracional desde el punto de vista sintáctico y semántico, como también desde la lingüística estructuralista. Ello ha provocado que se estudie autores como Saussire, Chonsky, y el formalismo ruso, es decir, que dentro de las instituciones educativas se le hace más énfasis a las construcciones oracionales y a la ortografía dejándose de lado en muchos casos la literatura, y en otros casos se toman dentro del aula de clase textos o fragmentos para un análisis semántico sintáctico más no como un disfrute estético.
Se puede reflexionar, que mientras los docentes no sean buenos lectores es difícil que estimulen a las nuevas generaciones en el abordaje de la lectura, pues es la experiencia lectora es la que contribuye a abrir las puertas del goce lector, ya que permite compartir otras miradas y otras perspectivas frente al asumir la lectura con el deseo de conocer otros mundos posibles que el autor nos propone, es abordar el texto literario para disfrutar el mundo estético que él nos puede transmitir. Desafortunadamente en las instituciones educativas se hace es un compendio de obras y biografías que no permiten al educando acercarse a la literatura con una mirada diferente, sino como un pesado lastre académico que opaca el universo estético que los diferentes autores proponen.
En palabras de Ernesto Sábato “Que los programas curriculares y los libros de texto pueden constituir un obstáculo para alcanzar propósitos auténticos en el estudio de las artes y de las ciencias en el contexto escolar es”, indudablemente, un argumento muy atinado de Sábato y de Arreola. Es que no se puede pretender “enseñar” literatura, ni se puede aprenderla, a partir de listados de nombres y taxonomías periodizantes; no es posible la recepción literaria si no hay procesos de interpretación, es decir, si no hay lectura de las obras mismas. El problema no es tanto de la cantidad de libros que los muchachos tendrían que leer –lo peor que le puede ocurrir a alguien es tener que leer por obligación, o mecanizar listados de autores y obras–sino de la posibilidad de vivenciar el asombro, en el reconocimiento de lo que somos, con la lectura crítica de unas cuantas obras.
Arreola quiere que se acabe con “el fanatismo de la educación”, o la mitificación exacerbada de los programas educativos, sobre todo cuando éstos son impuestos a espaldas de las comunidades y sus realidades culturales. Sugiere en el fondo, como lo hiciera Reyes, lo inútil de que todos los hombres estén sometidos al deber ritual de acumular títulos. “Prospera la alfabetización en todos los niveles, pero no se aventaja mucho. En el caso de personas de condición humilde cada vez más capaces de leer, nos entristecemos de ver lo que leen ”. Y quienes han pasado por más de veinte años de escolaridad, los profesionales, se espantan frente a los libros, sean literarios o científicos. Usaron libros, como si fueran cosas que hay que ponerse obligatoriamente en la cabeza a manera de un sombrero, pero nunca se apasionaron por ellos.